Un vestido rojo

Antes que nada me gustaría aclarar que no soy supersticiosa. Seguramente al final de esta entrada no me creeréis, pero es la verdad.
Nunca había tenido un vestido rojo. Aunque lo disumulo bastante bien, soy muy tímida. Me encantaría vestir super moderna y super estilosa, pero la poca confianza en mi aspecto hace que vista estilo monja la mayor parte del tiempo. Así que aunque me gusten mucho los atuendos atrevidos, los suelo descartar, porque sé que cierto tipo de ropa se queda colgadito en mi armario, esperando la ocasión ideal para lucirla.. Ni que decir tiene que nunca llega. Sin embargo, el año pasado me compré este vestido rojo.

Me pareció muy ponible, a pesar de su llamativo color. En realidad, lo hubiera comprado en blanco, que era el color más adecuado al estilo ibicenco del modelito, pero no estaba en mi talla, y pensé que en rojito también estaba bien. Fresquito y adecuadito, ideal para mi trabajo en una ofi-cueva.
Esperé para estrenarlo en un día especial... y llegó el día... El 13 de agosto de 2009, el día de mi 30º cumpleaños. Me levanté, me peiné mi melena monísima y recién cortada a su mínima expresión y me enfundé el modelito. Esa mañana salí de casa con una inusual confianza en mi aspecto. Pero me duró muy poco, porque fue el día que el suelo desapareció bajo mis pies... el día que mi sobrino Pau ingresó en la UCI (si no sabéis de qué hablo en esta entrada lo conté por encima).
El final del verano pasado llegó, y yo no volví a ponerme el vestido. Cada vez que lo veía colgado me recordaba el susto pasado y buscaba otra cosa que ponerme. Y este verano empezó igual. Lo saqué en primavera, lo lavé, lo planché y juré ponermelo de nuevo. Pero los días iban pasando. El día de la final del mundial me planteé enfundármelo para demostrar mi forofismo futbolístico, pero... y si perdía la selección? No, ese no era un buen día, si perdían crucificaría el vestido para siempre, así que volví a ponerme la camiseta roja de todos los partidos.
Al día siguiente, feliz de escuchar en las noticias algo alegre, en vez de la palabra CRISIS repetida hasta la saciedad, pensé que había llegado el momento de rescatar al fin mi vestidito. La mañana transcurrió muy bien, y llegué a casa a comer tranquila y agusto en mi fresco vestido de algodón rojo 100%. Aparqué el coche debajo del balcón de mi casa, en la sombra y todo!! Un coche se iba y yo metí el mío. Subí, comí rapidísimo, y bajé en menos de una hora. Pero mi coche no estaba . La grúa se lo había llevado. Donde lo había aparcado, esa mañana habían puesto un vado... y yo no lo había visto, confiada de haber aparcado 100 veces en el mismo sitio. Esa noche la vitrocerámica se los hizo añicos, se me cayó una olla llena de agua encima.
Al día siguiente repetí vestido, había que quitarle las malas vibraciones como fuera. A la moto se le pinchó la rueda y la batería del coche murió. Al llegar a casa por la tarde le dije a mi maridín que el vestido se iba al fuego, que ni siquiera se lo iba a dar a nadie, no fuera cosa que se contagiara del mal rollo. Me preguntó 2 veces si estaba segura, y las 2 respondí que sí, y entonces me lo arrancó de un tirón (tras el susto inicial, me partí de la risa, eso sí que ha sido lo único bueno que nos dejó el vestidito). Y este fué el final del único vestido rojo que he tenido, porque nisiquiera he podido darme el gusto de quemarlo. Lo llevé a la casita de mi suegra para quemarlo en la barbacoa, pero como ese día comimos otra cosa, lo dejé para la próxima, y cuándo volví a buscarlo para su incineración mi suegra lo había tirado a la basura. Por eso se salvó, que si no lo quemo!!! Sólo espero que no caiga en manos de alguién que piense que lo puede usar remendado...


PD: Sí, mi marido también imaginó que la escena del vestido arrancado acababa de otra manera y no conmigo descojonándome de la risa mientras busco un mechero para prenderle fuego, jajajaja...